Cada vez es más habitual que las personas recurran a la cirugía estética para poner remedio a esos “defectos físicos” que consideran que son muy visibles y que no les dejan vivir en paz. Todos tenemos ciertos complejos y mientras se sepan gestionar, no tienen por qué convertirse en un problema. El problema real es cuando se convierten en una obsesión. Algo que suele ocurrir en aquellas personas que padecen dismorfobia, un trastorno mental que crea una visión distorsionada de nuestra imagen, llegando a provocar una inquietud excesiva y constante e, incluso, a sentir repulsión por eso que no les gusta. Así pues, suelen obsesionarse con encontrar la manera de mejorar u ocultar ese decfecto.
Las señales de que padecemos este trastorno es que nos comparamos demasiado con otras personas, pasamos mucho tiempo delante del espejo, nos maquillamos en exceso en esa parte que no nos gusta, preguntamos constantemente sobre ello a las personas que nos rodean o tratamos de manupularla, camuflarla o broncearla en exceso.
La cuestión es que muchas veces se trata de defectos que no son tan evidentes para otros o que ni siquiera existen, pero que hacen que la persona se sienta mal consigo misma y se vean feas. Convirtiéndolas en presas del estrés, del desánimo y que, incluso, puedan llegar a entrar en depresión. Aislándose y evitando situaciones que les provoquen malestar o ansiedad. Y entre los afectados, son muchos los que recurren a la cirugía estética de manera repetitiva pensando que, de esta forma, se sentirán mejor, cuando muchas veces lo que se consigue es cronificar el problema.
Y es que la dismorfobia no se cura con cirugía estética, sino con un tratamiento psicológico con un profesional. La terapia cognitivo conductual puede ayudar a las personas a controlar sus síntomas, cambiando significativamente su forma de pensar y de actuar. Les ayuda a reflexionar sobre el problema y a lidiar con sus hábitos, encontrando formas de afrontar sus sentimientos en estas situaciones para que sean capaz de manejarlos sin termos y sin sentirse cohibidos.
No obstante, hay que tener en cuenta además que la adolescencia y el inicio de la vida adulta también son momentos críticos, donde nuestra autoestima puede verse menoscavada por lo mal que nos sentimos con nuestros aspecto físico. Así como aquellos momentos en los que un hecho importante puede desembocar en una crisis de autoestima, como un despido, una ruptura sentimental o un cambio físico. Sin que tengamos que padecer necesariamente este trastorno.
Deja un comentario