Cuando hablamos de adicciones, la mayor parte de las personas piensan en alcohol y en drogas. El abuso de sustancias es una de las dependencias más habituales, pero no son las únicas y podemos encontrarlas bajo otras condiciones y manifestarse de maneras muy distintas. Una de las adicciones más graves que suelen pasar más desapercibidas es la adicción a la cirugía estética, que queda enmarcada dentro de las adicciones conductuales (adictas a un comportamiento concreto incluso cuando pueden existir consecuencias negativas).
Los adictos a la cirugías estética experimentan una obsesión constante por tener el cuerpo y el rostro que siempre han deseado. El problema es que nunca terminan de verse bien y pueden llegar a la deformación. Generalmente son personas muy inseguras que creen que se sentirán mejor por adaptarse a un ideal de belleza que se han autoimpuesto y que, muchas veces, no responde a unos cánones estéticos definidos. Recurren al quirófano intentando solucionar sus problemas psicológicos. Obviamente, el bisturí no consigue proporcionarles una solución, por lo que el problema persiste.
Además, se someten a tratamientos extremos para tener los rasgos que consideran perfectos, sin ser conscientes de que no existe una cara o un cuerpo perfecto. Después de la operación, los adictos a la cirugía plástica volverán a encontrar otra imperfección que les haga volver a someterse a una nueva intervención. Se trata pues de la búsqueda de una “inalcanzable perfección”. Con lo cual, terminan convirtiéndose en personas más inseguras e infelices. Y lo que es peor, sufrir daños permanentes e irreparables que acaban por desfigurar las partes de sus cuerpo que han sido operadas.
La cuestión es que no existen leyes que impidan que las personas se sometan a cirugías estéticas de forma repetida. Si el paciente cuenta con los medios económicos suficientes para ello y el médico está de acuerdo, no hay ningún obstáculo para ello. En la actualidad hay médicos que carecen de la ética profesional necesaria para ello y cuya motivación es únicamente el dinero. Y lo que es peor, se sabe que alrededor de 9.000 médicos en España realizan este tipo de intervenciones sin contar con la titulación específica.
Un buen médico debe asegurarse de que el paciente no tenga problemas psicológicos preocupantes y de que la operación es una decisión personal y no está movida por presiones o por satisfacer a terceras personas. Su misión debe ser la de asesorar al paciente y ofrecerle la mejor solución posible, que no siempre tiene por qué ser el quirófano. Si es preciso, debe consultar con un psicólogo para valorar si la operación debe o no llevarse a cabo.
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